lunes, mayo 30, 2011

El gran océano




Si de tus dones y de tus destrucciones, Océano 

       a mis manos
pudiera destinar una medida, una fruta, un fermento, 
escogería tu reposo distante, las líneas de tu acero, 
tu extensión vigilada por el aire y la noche, 
y la energía de tu idioma blanco
que destroza y derriba sus columnas 
en su propia pureza demolida.

       No es la última ola con su salado peso 
       la que tritura costas y produce 
       la paz de arena que rodea el mundo:
       es el central volumen de la fuerza, 
       la potencia extendida de las aguas, 
       la inmóvil soledad llena de vidas. 
       Tiempo, tal vez, o copa acumulada 
       de todo movimiento, unidad pura 
       que no selló la muerte, verde víscera 
       de la totalidad abrasadora.

       Del brazo sumergido que levanta una gota
       no queda sino un beso de la sal. De los
                 cuerpos
       del hombre en tus orillas una húmeda
                     fragancia
       de flor mojada permanece. Tu energía 
       parece resbalar sin ser gastada, 
       parece regresar a su reposo.

       La ola que desprendes, 
       arco de identidad, pluma estrellada, 
       cuando se despeñó fue sólo espuma, 
       y regresó a nacer sin consumirse.

       Toda tu fuerza vuelve a ser origen. 
       Sólo entregas despojos triturados, 
       cáscaras que apartó tu cargamento, 
       lo que expulsó la acción de tu abundancia, 
       todo lo que dejó de ser racimo.

       Tu estatua está extendida más allá de las olas.

Viviente y ordenada como el pecho y el manto 
de un solo ser y sus respiraciones, 
en la materia de la luz izadas, 
llanuras levantadas por las olas, 
forman la piel desnuda del planeta. 
Llenas tu propio ser con tu substancia.

Colmas la curvatura del silencio.

Con tu sal y tu miel tiembla la copa, 
la cavidad universal del agua, 
y nada falta en ti como en el cráter 
desollado, en el vaso cerril:
cumbres vacías, cicatrices, señales 
que vigilan el aire mutilado.

        Tus pétalos palpitan contra el mundo, 
        tiemblan tus cereales submarinos, 
        las suaves ovas cuelgan su amenaza, 
        navegan y pululan las escuelas, 
        y sólo sube al hilo de las redes 
        el relámpago muerto de la escama, 
        un milímetro herido en la distancia 
        de tus totalidades cristalinas.


Pablo Neruda







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