lunes, mayo 25, 2009

En diálogo con Marco Antonio Campos de Fahrenheit 451


Marco Antonio Campos


En diálogo exclusivo para la revista Fahrenheit 451, el poeta y narrador mexicano Marco Antonio Campos, quien ha obtenido los premios Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), el Premio Casa de América (España, 2005), y la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada en Chile, ofrece a nuestros lectores su visión sabia de un mundo custodiado por la culpa. (Versión completa en la edición escrita)
Revista de papel disponible en Bogotá - Colombia

"Ningún país -en su violencia y ternura, en sus desdichas y felicidades- se parece tanto a México como Colombia."

http://www.revistafahrenheit451.com/451/index.php?option=com_content&task=view&id=61&Itemid=1


Mantiene usted una relación bastante cercana con la ciudad de Bogotá. ¿De dónde proviene ese vínculo?
Muy buena y cercana, pero desgraciadamente tardía. Cuando era muy niño un tío, que era ingeniero, hermano de mi madre, contaba en la mesa a la hora de cenar que nunca había conocido gente más educada que los bogotanos. Se me quedó muy grabado. En mis años en Viena, el mejor amigo que tuve fue un bogotano, curiosamente, también ingeniero. Se llamaba Enrique Castillo, pero por desgracia, después del 1991, luego de mi vuelta a México, nunca lo volví a ver. Pero sólo conocí Bogotá hasta septiembre de 2002, gracias al entonces agregado cultural Eduardo Cruz y a los profesores de la Universidad Nacional, Fabio Jurado y Jorge Rojas, ahora muy buenos amigos míos, quienes me invitaron a dar unos cursos en la Universidad Nacional. Di también una lectura de poesía en la Casa Silva. De inmediato se dio una simpatía mutua entre María Mercedes Carranza y yo. Ya no la vería más. Para mí fue un mazazo al pecho enterarme de su muerte menos de un año después. Todos en Colombia saben las causas absurdas y desoladoras que la orillaron al suicidio. Me duelen hasta el alma las guerras cainitas entre los colombianos donde cada parte disputa por la supremacía de la crueldad.
Salvo en 2004, he estado todos los años en Bogotá, gracias desde luego a Eduardo (hasta su salida), a Fabio y a Jorge. Además por Fabio he podido dar conferencias y cursos en Tunja, Medellín y Cartagena. Desde que el embajador Chacón hizo correr a Eduardo Cruz por causas inverosímiles, puso en su lugar a un tal Daniel Tamayo, que se preocupa más en salir fotografiado en las páginas de sociales que en promover la cultura de México. Para gente así se debía crear en la diplomacia el puesto de Agregado Especial para Cocteles y Páginas de Sociales y no simular que se hace en un puesto lo que no se hace.
En ninguna ciudad fuera de México tengo tantos amigos entrañables como en Bogotá. En Bogotá tengo otros amigos muy queribles como los poetas Juan Manuel Roca, Amparo Osorio, Gonzalo Márquez Cristo, Fernando Herrera, y tengo muy buena relación con muchos otros en ciudades del país…
Pero además de las personas también son parte entrañable ciertas partes de la ciudad: La Candelaria sobre todo, el parque del Virrey y el de la 93, la Zona Rosa y las calles que la rodean. Y desde luego la sabana que, por desgracia, por la urbanización, ya empieza a perder buena parte de sus bellezas múltiples. Ningún país -en su violencia y ternura, en sus desdichas y felicidades- se parece tanto a México como Colombia.
La mujer juega un papel preponderante en su obra, el amor como forma de exploración del otro, pero de forma fatal. ¿Qué experiencia adquiere en días donde la sensibilidad parece abarrotar todo espacio de liberación?
Las mujeres que más recordamos son las que nos abandonan y nos lastiman y los poemas salen casi naturalmente en esos momentos. No recomiendo de ninguna manera el desamor para escribir poesía, pero tal vez tiene más complejidades psíquicas y posibilidades poéticas que el amor en plenitud. No sé cuántas veces al día pensamos en las mujeres y cuántas veces deseamos a mujeres que vemos durante un día. En cada país encontrará mujeres con gran encanto, pero si me permite, de lo que conozco, las mujeres que unen mejor belleza y gracia en América son las colombianas y las más atractivas en Europa son las italianas.
La gran revolución del siglo XX, dijo Octavio Paz, fue la de la mujer. Cierto. En cincuenta años han logrado lo que no se pudo en cincuenta siglos. Creo absolutamente que las mujeres deben tener los mismos derechos y ventajas sociales que los hombres, pero prefiero las mujeres femeninas que las feministas.
Existe en su obra un sentido profundo del pecado. Es el hombre en su materialidad incapaz de recomponerse a sí mismo definitivamente después de fallar. Víctima eterna del error: "Se puede rehacer una cosa rota ¿pero la luz?"
El Papa, los cardenales, los obispos y los curas, en fin, los hombres de la iglesia, me tienen sin cuidado, y más, muchas veces sus actitudes y declaraciones me revuelven el estómago. Las religiones han hecho un daño infinito a través de los siglos. No han dejado crecer a hombres y mujeres. La iglesia católica en occidente, al menos hasta mediados del XX, mantuvo maniatados mentalmente durante siglos al hombre y mujeres con destinos que no sabemos si existen: cielo o infierno. Dios está ausente y no sabemos siquiera si se acuerda de nosotros. Si Dios hizo este mundo, Dios y nosotros después lo hemos hecho mal y lo seguimos haciendo mal.
El hombre es el depredador por excelencia del mundo. Yo me formé en un hogar católico. Por supuesto que hace décadas que no creo en el pecado pero la formación católica me llagó el alma y me dejó profundamente arraigado el sentimiento de la culpa. El sentimiento del pecado se volvió el sentimiento de la culpa, pero no en un sentido religioso. Para mí es más importante la ética que la religión. De los Evangelios, como recomendaba Goethe, tomo sólo los principios que me son próximos. En esa línea donde usted me cita: "Se puede rehacer una cosa rota ¿pero la luz?", pensaba menos que en algo religioso en el alma de un hombre vencido. Pero cada lector tiene el derecho de interpretarlo a su manera y la de usted me parece muy sugerente.
Fragmento del Diálogo con Marco Antonio Campos
Publicado en el Tercer Número de la Revista Fahrenheit 451





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