Nada de lo que colma el universo fue suyo.
Ni el árbol, ni la fiera.
Ni el ave, ni el camino.
Ni el día promisorio. Ni la noche.
Ni la tierra florecida y abierta.
Ni la estrella oscilante. Ni el amor.
Ni la mujer surco y simiente.
Ni el tibio recato de un alero. Ni la prole.
Ni el agua mansa que huía de sus manos.
Ni el fruto, resumen de un dolor.
Siempre supo que las cosas eran ajenas.
Y desde la primera mañana de su vida
su duro aprendizaje fue decir:
-la tierra de mis amos-
-el reino de mi padre-
-la mujer de mi hermano-
-la estrella de los cielos-
-la casa del señor-
Nada fue suyo.
Ni el sitio exiguo de la tierra
que hoy abonan sus huesos
donde su sombra duerme
su larga y dura noche.
domingo, enero 31, 2010
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