Los que nos esperaban, se han cansado de esperar,
y se han muerto sin saber que íbamos a venir,
han cerrado sus brazos que ya no pueden ser tiernos
legándonos un remordimiento en lugar de un recuerdo.
Las oraciones, las flores, el gesto más tierno,
son presentes tardíos que dios no puede bendecir.
Los vivos por los muertos no se hacen escuchar;
la muerte, cuando viene la muerte, nos junta pero no nos une.
No conoceremos la dulzura de sus tumbas.
Nuestros gritos, lanzados demasiado tarde, se fatigan, retumban
penetran sin eco en la sorda eternidad.
Y los muertos desdeñosos, o forzados a callarse,
no nos escuchan, en el umbral oscuro del misterio,
llorar por un amor que jamás fue.
Margarite Yourcenar
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